miércoles, 7 de julio de 2010

A aquel hombre ensordecido por las luces y los ruidos de la ciudad, que creía ser feliz ante tanta suntuosidad, que en la moda encontraba su droga, a aquel hombre que creía en la indiferencia como arma para sobrevivir, a aquel que enmudecido prefería seguir, que en su sordera se refugiaba día tras día, a aquel hombre Alma lo miro consternada, no le dio pena ni tristeza pero sí ganas de zamarrearlo y despertarlo de aquella inmensa quietud de espíritu... y así empujarlo a la vida, a sentir plenamente el sonido de los arboles, el canto del río y de las aves que lo sobrevuelan, empujarlo a encontrarse en la mirada del otro y descubrir allí la magia de la vida.