Con un poco de extrañeza ante lo nuevo, y con bastante decepción por lo contaminado que creía a su árbol, Alma extendió sus manos por la ventana y al tocar a ese perverso parásito, sintió un pasajero mareo, en el que reconoció imágenes de su corta vida. Mentiras, engaños, traiciones, dolores. Qué tendría que ver todo esto con la diminuta epifita...
Con una apariencia un tanto reflexiva Alma liberó una pequeñita lagrima de dolor que corrió por su suave mejilla hasta caer en las raíces de ese árbol al que tanto adoraba.
Quizás la epifita no era taaan contaminante como ella creía en un principio, quizás lo nuevo no tiene que traer automáticamente dolor y tristeza, quizás a ese árbol le faltaba ser aún más regado, para que sus ramas no se llenen de epifitas y para que las verdes hojas y las blancas flores lo abunden como en aquellos tiempos en los que Alma todas las mañanas se asomaba a recibirlo por su ventana y a cantarle su canción de Buenos Días. Tal vez de esa manera las epifitas no perturbarían a ese hermoso árbol de magnolias y Alma dejaría de sentir esos extraños mareos de dolor.